Por: Fabiola Santillán – 2/noviembre/2025
“La literatura es una de nuestras formas de respirar, da testimonio de nuestros sentires. Si la muerte está presente, la literatura también”

Noviembre, mi época favorita, donde el aire de México se llena de aromas dulces y murmullos antiguos. Las flores de cempasúchil iluminan los caminos, los altares se cubren de fotografías y ofrendas, y los nuestros que han transcendido regresan, no sólo a nuestras casas, sino también a nuestras letras. A nuestra literatura mexicana.
Esta tradición, que el Día de Muertos invade a los periódicos y en la actualidad a las redes sociales, es una muestra del ingenio popular y de cómo la literatura mexicana ha hecho de la muerte una fuente de humor, crítica y creatividad.
En el siglo XX, la muerte se volvió protagonista de la narrativa mexicana. Juan Rulfo, en “Pedro Páramo”, llevó el Día de Muertos a un plano simbólico y poético: La muerte no sólo está presente como un final inevitable, sino como una fuerza que impregna cada rincón de Cómala. Los habitantes del pueblo, muchos de ellos ya muertos, viven atrapados en sus recuerdos y pecados.

Rosario Castellanos o Elena Garro, exploran la pérdida y el duelo desde una mirada íntima y femenina. En “Los recuerdos del porvenir”, Garro escribió sobre un pueblo condenado a repetir su historia, donde los muertos se vuelven memoria viva. Estas narraciones muestran cómo la muerte no es ausencia, sino persistencia: un eco que se resiste a callar.

México y sus autores no temen a nombrar la muerte. Le hablan, la invitan a cenar, hacer una fiesta, a honrar la vida de los que ya no están y la convierten en verso. A diferencia de otras culturas donde la muerte es silencio, luto y dolor. Aquí se celebra con color, música y poesía. Esa actitud que mezcla reverencia y burla ha sido uno de los pilares de la identidad literaria nacional.
La literatura mexicana no ha dejado de escribirle a la muerte porque en ella encuentra su mayor certeza: que las palabras sobrevivan. Cada cuento, poema o calavera es una flor más en el altar colectivo de la memoria.
El Día de Muertos nos enseña que recordar es otra forma de escribir, y escribir, quizás, sea otra manera de no morir del todo.

Te has muerto y me has matado un poco
Porque no estás, ya no estaremos nunca
completos, en un sitio, de algún modo.
Algo le falta al mundo, y tú te has puesto
a empobrecerlo más, y a hacer a solas
tus gentes tristes y tu Dios contento.
Jaime Sabines
